Antes de que ellos vinieran ya estábamos aquí, no éramos muchos, pero sí los suficientes para recordar qué hubo.
Recordar la falta de recursos, de infraestructuras, de producción, de futuro… Pero también evocar la placidez, el pasado, el futuro, las ilusiones, las esperanzas, las iniciativas factibles, el deseado trabajo, el ansiado desarrollo…
Hay motivos sobrados para cuidar lo que ahora tenemos y de lo que nos sentirnos orgullosos, pero hay que ser coherentes y precavidos a la hora de defender un proyecto viable pero con reparos, al menos con objeciones que se deben tener en cuenta para beneficio de todos y sobre todo del entorno de ese rincón privilegiado de nuestra Axarquía.
Antes de que ellos llegasen, ya era un paraíso, pobre quizás, subdesarrollado tal vez, rezagado en el tiempo puede, pero un paraiso.
Ya hace muchos años que se tomó impulso hacia el desarrollo rural, con trabajo, con ilusión y sin ayuda foránea, estos llegaron luego.
Con la bonanza económica y la energía creciente por llevar una zona con muchas posibilidades hacia el progreso que todos necesitábamos, llegó la conclusión del que se ha convertido en el emblema, ya no sólo de un pueblo, sino de una comarca: el Pantano de la Viñuela.
Pero el paraíso ya estaba, insisto. Y estaban las casas, los cortijos, humildes viviendas quizás con nuestra visión actual, pero con historia, con una vida que contar, con unas personas que tuvieron que abandonar todo e irse. Salir de sus casas para que el ansiado progreso llegase.
Y antes que nosotros, otros ya estuvieron aquí, como lo demuestran los restos arqueológicos que ahora duermen en la calma del fondo de las aguas de ese vergel axarqueño.
Antes de que ellos vinieran, los que estábamos aquí, crecimos entre el agua que iba desgastando cantos rodados a lo largo de los siglos, entre sabinas y adelfas, almendros y olivos, naranjos y limoneros... testigos del espectacular cambio de fisonomía de un paisaje que ha visto pasar por sus caminos mucha gente, unas veces en paz y otras en guerra, unas veces de paso y otras para quedarse. Y todas ellas dejaron su impronta, su granito de arena para que ese Edén sea lo que hoy es.
Así que no subestimemos lo que antaño se vivió en el camino entre La Viñuela y Los Romanes, o entre la primera vivienda rodeada de viñas y la ruta hacia Granada, abriendo paso desde Málaga, como tampoco hay que enjuiciar el derecho de cada persona a defender su morada y su vida.
Sin embargo, hay algo más que ese espejo de aguas turquesas y casi siempre calmas: hay un pueblo, unas gentes, una semblanza, unas memorias que no se pueden ni deben olvidar.
Las calles más antiguas de La Viñuela han vivido, han llorado y reído, han cantado y han gritado mucho antes que existiera el magnífico Pantano.
Somos hospitalarios, amables, acogedores... peculiares. Y seguiremos así por mucho tiempo, dando la bienvenida a todo el que quiera vivir e implicarse con nosotros, aceptando nuestra cultura y nuestros preceptos.
Y es que como dice el refrán: “Donde fueres, haz lo que vieres”, y aquí se ve un pueblo que ha llegado a donde está por sus gentes y por su esfuerzo, por su pasado y por su futuro.