Con el respeto que merecen las propuestas de actividades que se hagan en el pueblo, me vais a permitir que discrepe en la decisión de llevar a cabo el concurso de la elección de la reina de las fiestas de la feria de septiembre.
Aunque escriba en primera persona no es mi voz solo la que disiente, pues supone un retroceso importante en la dignidad e igualdad de las mujeres.
No nos podemos permitir el lujo de dar ni un paso atrás. Nuestros derechos como personas no están consolidados como para permitir un evento de este tipo, considerado además retrógrado.
Este tipo de concursos fomenta un estereotipo de mujer, que nada tiene que ver con la realidad. La belleza física, desafortunadamente, parece estar más valorada que la belleza intelectual o personal.
Aunque parte de la sociedad solicite este modelo de certamen, eso no justifica que una entidad pública lo promueva, porque lo que está inculcando es el valor de la imagen física.
Con los avances conseguidos durante muchos años por una igualdad de género real, la elección de la reina de las fiestas es contraria a los intereses que se deben transmitir a la juventud, además de ser un acto sexista no en consonancia con el siglo en que vivimos.
La educación es la base fundamental para que una persona –una mujer– se pueda realizar y pueda asumir otro tipo de concursos más gratificantes, como una vida de investigación, un proyecto de empresa, la educación del futuro de un país o el poder llevar la maternidad en solitario, todos ellos ejemplos por los que merece la pena luchar y trabajar.
Desde mi conciencia como mujer, no puedo permitir el regreso a una época donde había concursos de reina de las fiestas, pero también había falta de libertad e igualdad. Donde la voz de la mujer solo se escuchaba a través de una imagen, no de las palabras y los actos, pues desgraciadamente esa imagen es efímera.