No todas las vidas valen igual. Depende de donde nazcas así estará condicionada tu vida. Pero lo terrible no es que ya pongan limitación a tu existencia como persona, sino que dependerá también si naces hombre o mujer, si vienes al mundo en un medio rural o urbano, si tienes un apellido influyente o por el contrario poco ilustre, si tienes creencias religiosas y cuales son, si eres de una ideología política determinada, etc.
La sociedad tiene la capacidad de alzar a los cielos o dejar caer al abismo a todo aquel que estime que está fuera de lugar o vulnere su restrictivo sistema social, por muy democráticos que seamos o creamos serlo.
Desde que en 1919 se guardaran los dos primeros minutos de silencio de respeto a propuesta de un soldado australiano por las víctimas de la Primera Guerra Mundial, se han ido haciendo a lo largo de los años muchos actos de deferencia hacia personas o grupos de personas, por muy variados motivos.
Unas veces se dedica ese intervalo de tiempo de consideración, a personalidades con relevancia política, religiosa, etc, y otras a personas anónimas que dieron su vida en algún acto heroico. Sobre todo a víctimas inocentes de conflictos nacionales e internacionales que nada tienen que ver con lo que se cuece en los despachos de los poderes fácticos y que los llevan a la muerte sin remordimiento. A estos se le dedica su minuto de silencio para calmar conciencias... y que avancen los de la retaguardia, siempre hay incautos que esperan reconocimiento en otra vida mejor.
Oímos sin inmutarnos cifras de muertes de cualquier rincón del mundo, sin importar si es una persona adulta o un niño de seis años, una mujer lapidada o la muerte de un niño con un fusil entre las manos, y no pensamos en hacer un homenaje en su memoria, ¡queda tan lejos!.
Tampoco dedicamos más tiempo del necesario a pensar en las víctimas de cualquier acto deleznable a manos de sus parejas o exparejas, hombres y mujeres que se refugian tras una muerte para esconder su cobardía...
En la muerte, como vemos, la condición humana también está expuesta a la absurda idea de privilegios establecidos, al menos hasta cruzar la línea que separa el mundo de los vivo y los muertos. Más allá quién sabe lo que nos espera...
Por increíble que parezca, incluso en el respeto por un minuto de silencio hay preeminencia, no es igual la muerte de una mujer anónima que la de otra con cargo público, al menos es lo que nos hacen creer, olvidando el respeto que cada una merece. Porque al fin y al cabo somos nosotros los que olvidamos, no la vida.