Ah!, el enamoramiento... ¿Qué sería de los hombres -y las mujeres- sin ese sentimiento arrollador que nos hace parecer estólidos y cándidos?
El amor, desde tiempos inmemoriales, ha hecho del ser humano, el animal más propenso a la memez a causa del descontrol de la oxitocina. ¡Pero es que es tan placentero!.
Desechemos la idea de la fecha de caducidad del enamoramiento. No tiene porqué tener más ardor amoroso una persona de veinte años, que otra con igual acaloramiento pero con sesenta espléndidos abriles.
Es más, ese ímpetu incontenible, debería ser obligatorio en cualquier etapa de la vida.
El arrobamiento al que es sometido el enamorado -o enamorada- permite el manejo de su persona para trajines y escarceos, para la exteriorización de esa pasión que subyuga la mente y el cuerpo del ser amado.
No me imagino a Ibn Hazm en nuestro tiempo ensalzando un amor que en nada se parece a su “amor udrí”. Hoy se moriría del susto por muy románticos que nos pusiéramos, al ver a un agraciado galán saturado de esteroides conquistando el amor de una hermosa dama con altivo moño, acaramelados bajo el embrujo de las luces de neón y, hablando sobre los efectos de la taurina. Esto en el peor de los casos, que de todo hay en la viña del Señor.
Pero ¿Qué hay del enamoramiento platónico o de la seducción ficticia circunstancial?.
Ese querer que demostramos hacia la persona idealizada, nos hace vulnerables e inconscientes para pensar con lucidez, tanto de las excelencias como de las carencias del sujeto amado, y esto lleva a propios y a extraños, que ven con fría atracción ajena ese amor incondicional, a pensar en un posible problema de salud mental de la persona que está bajo el influjo de las artimañas de Cupido.
El enamoramiento no tiene porqué ser inmediato, incluso se pueden dar casos de una falta absoluta de atracción e incluso displicencia hacia esa persona por diversos motivos. Sin embargo, algo ocurre en ese órgano endurecido y carente de sentimiento, que puede dar un vuelco y cambiar la perspectiva de la otra persona: nos puede parecer encantador o encantadora, nos hace sentir importantes, le vemos más cercano….
Pero no nos engañemos, cuando despertamos de ese ensoñamiento sin sentido, nos damos de bruces con la realidad más dura. Nos ha engañado una alucinación transitoria y peligrosa.
No es tan encantador, no es tan dulce y desde luego no ha hecho nada bien.
Ese enamoramiento platónico al que hago referencia, interesado, materialista, calculador... es el que se le dispensa a la clase política cuando conviene y que se desecha cuando ha servido a nuestros propósitos. En este caso, el enamorado y el objeto de deseo, acaban la relación en divorcio irremediablemente.
La foto es de Hans Braxmeier. Public domain.