Cuenta la leyenda que cuando el hombre allá por el Neolítico, salió de la choza donde habitaba, descubrió que la tierra se podía cultivar. El cambio que ocasionó esta revelación fue fundamental para el futuro de la humanidad.
Halló que la tierra se labraba abriendo brechas o surcos donde sembrar las semillas, que un tiempo después darían sus frutos. Con la aparición de la agricultura se llega a la división de las tareas y a una nueva organización de la vida en torno a las aldeas. Los hombres se asientan para cuidar sus cultivos y surgen a partir de ahora nuevos intereses.
Nuevamente el hombre pone en juego su inteligencia adaptándose al entorno y modificando el medio para satisfacer sus necesidades, sorteando muchas veces los retos que presenta la naturaleza.
A partir de este asentamiento, la mujer pierde libertad de movimiento y se dedica a la maternidad, lo que crea un patriarcado que dura hasta nuestros días.
El hombre ya tenía choza donde guarecerse y ocultar sus intimidades; tenía tierra a la que hacer brechas para cultivar... había descubierto la cultura.
Pero el instinto del hombre para hacer prevalecer su autoridad, le ha llevado por derroteros en ocasiones infructuosos.
Aún hoy no ha llegado a comprender el valor de compartir, no de dividir, sino la importancia de colaborar y conciliar a aquellos habitantes de la legendaria aldea, donde las chozas servían de refugio y las brechas alimentaban cuerpos y almas.
Quizás en ocasiones sin pretenderlo, se suscitan equívocos, damos importancia a palabras y hechos que en realidad no creemos, pero que nos hacen sentir bien, sin embargo con el paso del tiempo, estos actos alejan sentimientos cuando lo importante es el acercamiento.
La aproximación siempre es beneficiosa, aún cuando creamos en la imposibilidad de que una unión de intereses comunes se pueda realizar.