Como bien sabemos todos, el discurso es una combinación de la lingüística, la antropología, la sociología, la filosofía y demás disciplinas que se unen para comunicar e incluso analizar, el mensaje que se quiere exponer.
Ahora bien, de los miles de discursos que se pueden dar, tantos como temas se quieran plantear, los más oídos y esperados, son los de los políticos en las campañas electorales, con permiso del discurso navideño de su majestad.
Tendemos a generalizar al opinar sobre estos discursos que nos hacen dar bandazos, sobre todo para quien tiende a ir de diestras a siniestras sin considerar el peligro que estas oscilaciones provocan en un precario estado de bienestar.
Esta tendencia a la generalización de las diatribas propagandísticas, aceleradas y con baja credibilidad de los candidatos, llevan a la confusión y al disparate electoral. También es cierto que no todo el mundo sirve para la disertación, ya sea política o no.
Personalmente estoy con Ricoeur, al definir el discurso como una dialéctica de proposiciones y referente, donde en un texto pueden existir varios sentidos y que estos dependan de la intelectualidad de la persona que asume la interpretación de dicho texto, con lo cual, la presunción de conocimiento no siempre recae en el sujeto hablante.
Sin embargo hay un pensamiento incongruente en la finalidad de algunos alegatos, sobre todo de los políticos: los que no hacen una exposición coherente y sabia de las disertaciones, son los que más censuran los discursos de los demás, quizás por una falta significativa de argumentos con los que defender su postura.
La defensión del planteamiento, en ocasiones muestra la incapacidad del orador, ya no solo para convencer a los oyentes, sino para expresar con lógica y razonamiento su exposición, llegando incluso al caos lingüístico.
Por supuesto están los discursos antagónicos a estos desesperantes recursos expresivos: las alocuciones trabajadas, meditadas y manifestadas con toda la brillantez que un gran discurso ha de tener y que hacen de estos oradores dignos discípulos de Pericles, aunque parezca algo exagerado.
Por eso, cuando se cuestiona o se ironiza sobre un discurso, cuando en realidad es la exposición de una evidencia, negada y maltratada, animaría a todo aquel que se deja llevar por el infantilismo y la rabieta resentida, que imite tan loable y audaz arte del buen discurso.