La diplomacia que los políticos nacionales desarrollan en los distintos hemiciclos, ya sean autonómicos, nacionales e incluso provinciales, nada tiene que ver con la vehemencia con la que en pueblos más pequeños hacen de sus sesiones plenarias, una lucha por nada.
Vemos como entre los altos cargos de los partidos políticos, hay enfrentamientos, discusiones, acaloramientos hasta llegar a pensar que llegaran los antidisturbios, pero se queda en eso, en un juego de estrategias donde cada uno sabe que de ahí no pasará.
Desde luego es así como tiene que ser. Después irán todos al comedor a intercambiar opiniones y si se tercia, pedir disculpas, eso sí, en petit comité.
De nada sirve polemizar al defender una postura ofendiendo al oponente, cuando nada se tiene en contra del otro, aparte de la defensión de un planteamiento, que por muy importante que sea o muy afanoso que resulte, la consideración hacia la otra persona es primordial.
También se tiende, en ámbitos donde la cercanía entre contrarios da facilidad a episodios tensos, no resarcir las posibles hostilidades que debieran quedar en torno a la mesa de trabajo, eludiendo así la cortesía de la disculpa.
Hay tantos ejemplos de casos en los que, como siempre, es la plebe, la que carga con el doloroso deber de defender con sangre, si es necesario, lo que nuestros “grandes” están obligados a resolver, pues para eso se les eligió, que el lector se acabaría aburriendo.
La tendencia en las pequeñas comunidades a hacer juicios de valores, repercuten en personas cercanas y que son sometidas a ideas y valores, que al ser personales, incidirán en veredictos erróneos.
Me temo que esto seguirá siendo así, se tratará de desprestigiar al contrario, por muy vecino que sea o por mucha razón que lleve. Siempre habrá alguien que intente hacer ese juicio, sin tener en cuenta que la falta de valor, hace emitir sentencias faltas de ética y de respeto.