Todos sabemos que la risa es sana. De hecho tiene un alto valor terapéutico, siempre que no vaya asociada a un problema somático que cambie la risa sana por la risa insana.
Bajo determinados estímulos conseguimos una reacción biológica que hace que se activen numerosos músculos y se liberen endorfinas. Muy placentero y relajante.
El origen de la risa se considera evolutivo y genético y tiene reminiscencias de triunfo y manifestaciones agresivas que pueden desprender alivio cuando ha pasado el momento de peligro. Actos involuntarios, como la risa o el llanto, se pueden mezclar y así podemos llorar de alegría o reír de pena, incluso se dice que cuando nos hacemos mayores vamos perdiendo esa facilidad para reír.
Para Platón y Aristóteles las ejecuciones públicas eran divertidas y encontraban de lo más gracioso a personas de otras razas o etnias y es que no es lo mismo reírse con alguien, que reírse de alguien. Estas dos glorias griegas no lo tenían muy claro, les daba igual lo que provocaran sus hilarantes espasmos mientras les hiciesen felices.
Hay risa de acogida, risa de exclusión, risa nerviosa, risa tranquila, risa sencilla, risa malévola, risa dulce, risa ácida, risa compartida... Eso es lo importante, poder compartir una carcajada de alegría o de entusiasmo y no reirse de alguien que te habla o que te tiente la napia.
Dicen que la risa puede esconder al misántropo, incluso a la locura. Hay risas pavorosas como la de Jack Nicholson golpeando la puerta del baño en “El resplandor”. O risas diabólicas como la de Regan atada a la cama a punto de ser exorcizada.
El “Homo ridens” es el único animal capaz de adoptar una actitud jocosa ante la vida y es de agradecer que se nos concediera esa facilidad para reírnos incluso de nosotros mismos. Ante la adversidad o en momentos venturosos, siempre saldrá con espontaneidad una sonrisa de nuestros labios.
Sin embargo, hay dos clases de risa que me preocupan. Una es la ausente, la otra es la cínica. Ambas son peligrosas y traicioneras.
La risa ausente es triste, quien no pueda reír o al menos sonreír, está condenado al ostracismo social, que no espiritual. En la religión no hay risas, todo son rostros serios y nombres de angustia, de dolor, de auxilio. Para ser feliz hay que desarrollar el sentido del humor. No creo que Dios esté constantemente serio y malhumorado, ¿por qué entonces un hábito religioso lleva implícito la seriedad y la falta de hilaridad? A alguien le tiene que interesar que así sea.
La risa cínica se ha ido degenerando, perdiendo su razón de ser. Cuando Antístenes impartía sus clases de cinismo, nada tenía que ver con lo que ahora entendemos por esta actitud de la persona. Los valores que se transmitían en Cinosarges han mantenido algo característico de sus inicios: el rechazo a los convencionalismos sociales; sin embargo no mantiene otro de sus principales rasgos: la defensa de un ideal de vida basado en la austeridad. De esto nos reimos, inconscientemente, pero nos reimos.
Por eso cuando veo risa cínica en una persona en la que la cortesía brilla por su ausencia, y se ríe sin motivo de alegría por su dialogador, haría como Brusquet de Provenza: cambiaría su nombre de la lista por otro más merecedor.
La imagen es de Petra Blahoutova.