Llevar a buen término una obra de teatro de aficionados, es muy difícil. La cohesión social entorno a una representación teatral de aficionados, insisto, es una quimera, quien diga lo contrario, miente como un bellaco.
Hay muchos motivos por los que se hace teatro en un pueblo pequeño, cada cual puede tener una motivación distinta para alargar la jornada laboral, estudiar un guión y estar horas interminables ensayando la vida de un personaje ficticio. Pero para hacer todo esto, la única finalidad debe ser el amor por el teatro, por la cultura, sin ninguna otra connotación.
Es muy difícil encontrar personas que abandonen su entorno de confort, sacrificando tiempo, esfuerzo y descanso, para meses después subir a un escenario y llevar a escena todo lo aprendido con anterioridad, con el nerviosismo que ocasiona un posible olvido del papel, un tropiezo o cualquier situación inesperada.
Es cierto que el sonido de los aplausos es un honor, es verdad que la risa del respetable es embriagadora, pero también es una realidad que no todo el mundo está dispuesto a hacer el “ridículo” ante personas que puede que no entiendan el porqué de ese encantamiento por las candilejas, el porqué pasar por ese aprensivo rato. Aún así, cuando llega el momento final y el telón se cierra, se olvidan los malos momentos vividos.
Hace muchos años que conozco esos sentimientos contradictorios de desazón y expectación, de júbilo y satisfacción.
Esa sensación que provoca un estreno inminente, el miedo, la adrenalina, el público.
Por eso quiero agradecer a todas las personas con las que he pasado noches inolvidables, horas de repetición, cansancio, diversión, el haber compartido esas sensaciones que sólo se entienden, si se sienten.
Diversión. Esa es la palabra más importante a la hora de hacer una obra de teatro para aficionados, disfrutar de lo que se hace, porque, evidentemente, no hay otra compensación: es amor al arte puro y duro. Desinteresado. Es una reunión de amigos con un interés común: el teatro, la cultura.
No ha sido Lorca el único teatrero, dramaturgo o poeta con renombre en nuestro país, pero desgraciadamente es el más recordado por su trágico final. Aquel que lo mató, luego lo encumbró. Y Lorca amaba el teatro, las luces de neón, la vida entre bambalinas, pero no sólo de Lorca vive el teatro.
La vida cambia, al igual que cambia la perspectiva de la sociedad. Por eso es bueno dar oportunidades a autores noveles, que tienen mucho que decir, mucho que contar, más aún en el teatro de aficionados, en pequeños grupos rurales, al fin y al cabo es la esencia del pueblo.
Con permiso del maestro de maestros, el gran Lorca, que se le seguirá recordando eternamente, estoy segura que él también apostaría por las nuevas generaciones, por ese cambio por el que luchó y murió.