Este artículo que intento plasmar en este trozo de papel digital, me está resultando difícil de explicar, no porque no tenga claro lo que quiero decir, es por tener sentimientos encontrados que no logro poner en orden.
Un amigo me contó su indignación e impotencia por no poder hacer algo mejor su trabajo. Hay que tener en cuenta que no es un trabajo que guste a todo el mundo, pero imprescindible para que el orden social sea más fácil de llevar.
Me contaba que cómo es posible que haya contradicciones en la labor que desempeña, ya que se le exige una cosa y al mismo tiempo se le recrimina.
He de reconocer que quizás formo parte de estas incongruencias y exigencias que se pide a estos profesionales que cuidan de que el caos no se desborde. Aún así, también reconozco que de vez en cuando, mi juvenil rebeldía vuelve con fuerza y me permite ser coherente con mis principios.
Esa indisciplina me lleva a no consentir que algo que no es apropiado, o ilegal, si está en mis manos evitarlo, lo evitaré, aún cuando me cueste detracciones. Es algo que hay que hacer y llevarlo hasta las últimas consecuencias, si es necesario.
Por eso ahora, cuando veo una irregularidad que puede poner en riesgo la seguridad de otras personas, intento que se sepa de la mejor manera que puedo: a través de este blog.
Pongo aquí las palabras de la persona que me dijo que juzgamos actos violentos; sentenciamos irresponsabilidades en el trabajo, con consecuencias nefastas para la seguridad pública; censuramos duramente actos que evidencian falta de sociabilidad, pero no lo hacemos donde corresponde: ante las autoridades correspondientes.
Esta persona me dijo que no podemos dejar pasar una imprudencia que vemos que tendrá consecuencias adversas, de hecho la mayoría de estos actos de los que somos testigos pasivos, influyen en la convivencia ciudadana, pero no actuamos antes de que ocurra, aún cuando sabemos que ocurrirá.
Si se excede la velocidad de un vehículo, si el incivismo permite arrojar basura donde no corresponde, si se maltrata a un niño, si se ofende o se veja a una mujer, si intencionadamente se deteriora zonas urbanas, si se discrimina a un vecino, si se es irrespetuoso con una persona mayor, y tantos motivos más que impiden que nos sintamos ciudadanos libres y no lo manifestamos, estaremos contribuyendo a una ley del silencio que no es justa ni digna, porque al fin y al cabo todos contribuimos a lo que otros destruyen.
Mi admirado Francisco Montoro, hace muchos años, en aquellos en los que mi insurrección personal bullía, me regaló un libro escrito por él, que lo dedicaba a las máximas. Tuvo la feliz idea de recurrir a Cicerón para decirme que había que controlar esa indocilidad con inteligencia para poder hacer lo que deseamos.
Y tenía razón.