¿De que estamos a salvo? También lo puedo preguntar de otra manera: ¿estamos a salvo de algo? Parece una tontería supina la pregunta, pero a estas alturas ya me pregunto de todo.
Cuando se conduce en solitario, la mente va por distinto camino que el vehículo, no siempre, pero la soledad y la música te hacen ver las cosas de otra forma.
Mientras tu pie está en el pedal y tus manos en el volante, a una velocidad razonable, y en el carril apropiado, ves en la lejanía a través del retrovisor, un super coche con un super macho a los mandos. No te da tiempo de reaccionar, las rafagas de luz te deslumbran en pleno día, y el super macho pide paso y pide carretera, la vida por lo visto le va en ello. No puedes dejar que pase todavía porque, como él comprenderá, estás entre toneladas de mercancía que intentas adelantar. Te haces la remolona. Te tocan las narices que no esperen su turno, más caballos no significa más derecho. Y siguen las rafagas. Cuando te echas a un lado y el super coche adelanta, piensas en el pobre desgraciado y en qué puede haber más importante que llegar a destino vivo. Piensas que se puede poner machito y tomar alguna represalia por no haberle dado paso a su imponente máquina con más prontitud. Todos sabemos que la agresividad aflora entre el olor a combustible. Damos paso y callamos.
La playa es el lugar ideal para relajarnos y disfrutar del sol, del agua, de la cerveza, de la arena… ¡oh esa arena caliente! Pero ese encantamiento desaparece cuando ves a un super macho tatuado y con un bebé. ¡Que tierno!
Te llama la atención la hiperactividad del individuo y la desatención hacia el crío. Dejas tus pensamientos para otro momento y estás pendiente del agua y del niño. Ese padre sigue yendo y viniendo bajo los efectos de algún estimulante vía nasal, tememos. Cuando cree que ya es hora de recoger, tumba a su hijo en la toalla y le cambia el pañal. Pero cuál es tu sorpresa cuando ves al insensato intentando “guardar” el pañal bajo la arena. Con toda la buena intención le indicas educadamente que hay una papelera cerca de él. Aquí es cuando se te eriza la piel y no es de emoción. El tipo empieza a gritar diciendo que él hace "lo le sale de la polla", con perdón y que "le importa una mierda", con perdón, "donde coño", con perdón, esté la papelera. Como te das cuenta que esa tarde no vas a salvar el mundo y que el planeta seguirá contaminado, aun cuando el bendito pañal hubiera acabado en la papelera, te cobijas bajo tus gafas de sol y tu sombrero, dejando al energúmeno, no vaya a ser que la neurona que tiene decida arremeter y liar un estropicio. Y callas.
Uno de los paseos más adorables y encantadores son los que se hacen por Granada, es una verdadera delicia. Cuándo quieres un poco de tranquilidad, te puedes ir a los jardines de la Alhambra, los castaños de indias, chopos, saúcos, acacias, avellanos… También el Paseo de los Tristes tiene el encanto y la tranquilidad que buscas. Pero si quieres un poco más de movida y turismo, te puedes pasar por la Alcaicería. Es fantástico ver a las gitanas con el ramito de romero, a guiris con el callejero y la botella de agua, a amigos de lo ajeno buscando el jornal… Pero cuando caminas entre el variopinto gentío y notas que una mano roza allá donde la espalda pierde su nombre ¡alucinas! El vejestorio te ha tocado el culo, sin pudor y sonriendo ante la hazaña. Le increpas la osadía: “maestro esa mano”, a lo que el buen hombre responde con un “si no te pararas en este achuchaero”... ¡que arte!. Pues ahí te quedas con el manoseo del viejo por no liarla parda en medio de la Alcaicería, con la ilusión de que al menos le has alegrado la mañana al atrevido. Y guardas silencio.
Quizás toda esta pasividad es consecuencia de los años. Es triste ver que no cambiarás el mundo, que no acabarás con las injusticias, que no podrás con las desigualdades. Tu sola no, pero ¿y si entre todas podemos hacerlo posible?
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