¿Todo es válido en el insulto hacia los demás? Es indescriptible el sentimiento que provoca un insulto lanzado reiteradamente hacia personas que quedan muy lejos del concepto adoptado para ofenderlos. Más cuando el improperio, es un término registrado en nuestro diccionario para definir a una persona con una nacionalidad que no es precisamente la española.
El insulto como método de defensa es aceptable cuando puede verse en peligro la integridad moral de una persona. Ocurre como en una lucha desigual, si el contrincante no es de tu tamaño, puedes recurrir a la maña. Pero el insulto por el insulto, es de cobardes. Si además se injuria amparado en una red social, donde nos creemos a salvo gracias al anonimato, es despreciable.
Cuando se insulta aludiendo a una falta de educación, llamando salvajes y marginales en la lengua de Shakespeare, a personas con un alto grado de degeneración articular, es para pensar qué ha ocurrido con el ser humano. ¿Tan en peligro se ve como para atacar a personas octogenarias?
Si el insulto es por una aparente carencia de respeto hacia los demás o hacia una institución, volvemos a encontrarnos con el miedo a un ataque ficticio y no por ello menos esperado, porque así se tendrá una justificación para una ofensiva que permita congraciarse con un público ávido de movidas deleznables.
Por último puedo decir sin ninguna duda, que un insulto no es tal cuando se hace referencia a la falta de cambios de rostros en una organización permanente y estable con muchos años de trayectoria. A una formación con un productivo camino dedicado a la labor de trabajar por un pueblo, no se le insulta con enfados infantiles o confundiendo a los demás tergiversando hechos.
Para poder insultar hay que saber hacerlo y por supuesto que el insultado se sienta ofendido, cosa que no se consigue si el que expresa el insulto es ya en sí un oprobio para la sociedad.
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