El ser humano se acostumbra con una facilidad pasmosa a los cambios. Puedes cambiar de sitio un libro, una silla, la tele... lo echas de menos de su lugar anterior, pero a las dos horas te has acostumbrado a su nueva ubicación.
Pues igual ocurre con todo lo que imaginemos, ya sea positivo o negativo, bueno o malo, verdadero o falso. Igual te acostumbras a cambiar la leche de sitio dentro del frigorífico como a que recorten tus derechos más básicos. Quizás en esto tardamos hasta cuatro años en acostumbrarnos y otros tantos en recuperarnos.
También es costumbre fácil cambiar el nombre a las cosas, y no nos quejamos para nada, somos ingenuos por naturaleza.
Lo mismo nos da decir crisis que recesión, prima que premio, resistir que reprimir, aceptar, tolerar, callar.
Eso si, para este soler no se puede tener titulo nobiliario ni ser persona recia. No está bien visto que personas influyentes se habitúen a cosas tan simples.
Los grandes de España, ya sean aristócratas, políticos, banqueros, poder judicial, etc., tienen por costumbre llevar a buen término hazañas tan encomiables como el timo, el hurto, el desfalco, el engaño, la traición.
Toda una lucha de poderes que, eso si, realizan con mucho glamour y encanto, y que no les reporta el más mínimo problema ya que sus fechorías caerán en saco roto para la ley.
Quizás sea el momento de dejar esa tonta costumbre que tenemos los españoles de “aguantar lo que nos echen” -más si lo que nos echan es del trabajo y con pocas posibilidades de un despido digno- y tomar posesión de la protesta por nuestros más elementales derechos como ciudadanos de un país que se dice democrático.
Viñeta de Ireverendos.com. Creative Commons.