Lo vemos de lejos, con la espalda encorvada y el azadón entre las manos, limpiando la zanja en un valeroso intento de mantener limpio aunque sea un mínimo trozo de tierra.
“Le hemos perdido el respeto a la naturaleza”. Con estas duras palabras, nos hace tener conciencia del despiadado futuro que nos espera.
Lleva varios días limpiando las “toperas” que los animalillos van haciendo en los bordes de su finca. Con un carrillo de mano, algunos ladrillos y un poco de cemento, va tapando los agujeros que los topos crean como refugio para sus crías y que con el tiempo daña el terreno.
Mientras el pueblo duerme, en un fin de semana largo y resacoso después de navidad, él limpia, con parsimonia, los bordes de su parcela. Dice que si no se adecentan las zanjas y se deja crecer la hierba, el agua no tendrá salida y se inundará toda la tierra.
Pero él solo puede limpiar la suya y el Llano es muy grande. Tan grande como descuidado. Tan grande como contaminado. Tan grande como abandonado.
Botellas de cristal y plástico, latas, bolsas, restos de envases de fitosanitarios, huellas de incipientes invernaderos adornan las tétricas zanjas sucias y olvidadas. Los largos tubos negros, antes útiles y necesarios, ahora quedan olvidados al borde de las fincas o en las zanjas, ahora secas.
Cada día va a su parcela en su desvencijado coche. Coloca sobre el techo del vehículo una jaula blanca. Dentro, un pajarillo disfruta del cambio de ambiente y del sol. Mientras, él va al quehacer diario: un rastrillejo, una poda, una limpieza de la linde… la cuestión es hacer algo para mantener como un vergel, el trozo de tierra que sembrará en verano.
Me siento culpable de no ser como él, de no tener la capacidad de mantener esa actitud libre y abierta. Responsable.
“Le hemos perdido el respeto a la Naturaleza”. Es un eco constante y machacón. Es el sonido de la voz sabia y cansada. Si todos tuviéramos un poco de ese talante, quizás no habría inundaciones incomprensibles, o tal vez el sol no abrasaría nuestra piel, o pudiera ser que no nos estuviéramos secando en un invierno demasiado cálido y seco.
Pero cuando olvidamos que hay limpiar las zanjas de hierbas, que hay que cerrar las toperas para que la erosión no cause estragos, que tenemos que recoger lo residuos que la campaña agrícola deja, que hay que proteger la fauna y la flora porque sin ellas no hay supervivencia, si olvidamos todo eso, entonces estaremos condenados a nuestro propio exterminio y no podremos culpar a nadie, ya que somos nosotros los que “le hemos perdido el respeto a la Naturaleza”...